¿Se avecinan cambios en la forma de comer?
No sin cierto esfuerzo conseguí comprar una entrada para participar en una de las tres únicas cenas montadas por la firma Food Ink y los propietarios del restaurante La Boscana a las afueras de Lleida.
La convocatoria era insólita y por razones profesionales no quería
perdérmela. Según los organizadores se iba a tratar de una experiencia
gastronómica para pocos comensales en la que disfrutaríamos de un menú
exclusivo con abundantes platos de comida impresa. Tecnología, comida, y diseño al unísono. Algo programado para tres noches consecutivas a principios de noviembre pasado.
En la web y en los e-mails que recibí invitándome a adquirir una plaza al precio de 180 euros, la firma Food Ink se presentaba con la aureola de ser el primer restaurante del mundo en impresión 3D. ¿Restaurante? Se referían a una fórmula itinerante que después del éxito mediático y de público alcanzado en Londres el verano anterior iba aterrizar de manera fugaz en un rincón de Cataluña. Un pop up
en toda regla. La cita era a las 20,30h y poco antes de esa hora yo
traspasaba las puertas de este restaurante. Solo entonces me enteré de
que compartiría mesa con apenas diez comensales desconocidos.
Saludé a los chefs de La Boscana, Joel Castanyé y Mateu Blanch, y me paseé por sus ajetreadas cocinas tomando fotografías mientras varias máquinas de 3D
desperdigadas por los rincones hacían su trabajo de acuerdo con un
programa informático vigiladas por expertos. Diseñaban figuras con
cremas más o menos densas que fluían de gruesas jeringas, semejantes a
churreras o mangas pasteleras. Unas dibujaban el contorno de un
bogavante, otras, tallos de flores, raspas de algún pescado, corazones
en fuagrás y hasta preciosos laberintos de chocolate para el postre. Las
fotografías ayudan mejor que mis palabras. Tecnología avanzada aplicada al arte comestible según frase de los organizadores.
El asunto, al menos para mí, no era nuevo. Ya en 2013 el gran cocinero cordobés Paco Morales
me había mostrado un prototipo de impresión en 3D, idéntico aunque
menos evolucionado, al que dediqué un post en este mismo blog: Del teppan nitro a la plancha inversa Tiempo después, cuando Morales inauguró Noor
me comentaría que utilizaba estas máquinas para crear diseños
andalusíes. Al fin y al cabo, pensé, las fábricas de galletas elaboran
sus piezas de manera más o menos semejante.
Y comenzó la experiencia. Nos ofrecieron unas copas de cava, disfrutamos de algunos bocaditos impresos y al cabo de una hora tomamos acomodo en una mesa semicircular de cristal con paneles retro iluminados y escasa luz en el ambiente. Cada plato del menú, que nos narraban en español e inglés los representantes de Food Ink, Antony Dobrzensky y Marcio Barradas, era una superposición de sabrosa comida cocinada en el propio restaurante al estilo tradicional, con comida impresa en las mismas cocinas. Ahí estaba la gracia, un dúo tecno / tradicional del que nadie me había informado antes.
La mini pizza de hongos boletos con queso y albahaca se
remataba con aire de caviar y tomate en 3D; los cacahuetes en 3D,
réplica de los naturales, no eran otra cosa que los famosos miméticos;
los makis de atún, con ostra y salsa ponzu se acompañaban de una espina
fósil en 3D muy llamativa y el bogavante con trinxat estaba orlado por
una silueta de crema rosada en 3D elaborada con los corales del propio
crustáceo. Máquinas de diseño manejadas por manos de cocineros.
Uno tras otro dimos cuenta de 7 aperitivos, 4 platos y dos postres. Todo en porciones razonables. Me pareció muy llamativo el símil de fósil ammonite elaborado en 3D con calabaza cuyas oquedades estaban rellenas de requesón, vieira y caviar; encontré acertado el laberinto en 3D con leche, cacao y avellanas, y me pareció simpático el homenaje a los astronautas con la oblea de obulato que encerraba una fresa liofilizada.
Para acompañar los platos dos vinos de las Denominaciones de Origen Costers del Segre y Montsant.
Y para multiplicar este viaje multisensorial, proyecciones visuales en pantallas laterales, música compuesta por inteligencia artificial, aparte de películas y frases futuristas de pensadores y científicos. Incluso algunos cubiertos en 3D se anunciaban elaborados por relucientes máquinas situadas en un entorno próximo bajo diseño de la artista polaca Iwona Lisiecka e impresos por BCN3D Technologies Hasta nos brindaron unas gafas de realidad virtual para uno de los platos.
Naturaleza y tecnología deben ir de la mano nos repitieron en más de una ocasión los organizadores.
Para ayudar a entender mejor el propósito de la convocatoria transcribo una de las frases de Food Ink: Nuestro objetivo es utilizar el lenguaje universal de la comida para promover de manera divertida las increíbles posibilidades de impresión en 3D y otras tecnologías prometedoras. Nuestro restaurante 3D quiere descubrir cómo se puede cambiar la forma en que comemos, creamos, compartimos y vivimos.”
Cuando a la mañana siguiente antes de despedirme disfrute del desayuno de La Boscana
donde me había alojado, sentí una sensación reconfortante. Huevo frito
con embutidos de la zona y pan con tomate. Un espléndido café con un
cruasán de mantequilla que crujía y sabía a gloria. Lo afirmo en voz
alta, no quiero más comida en 3D, me declaro adicto a las formas
clásicas. Sígueme en twitter en @JCCapel
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Y comenzó la experiencia. Nos ofrecieron unas copas de cava, disfrutamos de algunos bocaditos impresos y al cabo de una hora tomamos acomodo en una mesa semicircular de cristal con paneles retro iluminados y escasa luz en el ambiente. Cada plato del menú, que nos narraban en español e inglés los representantes de Food Ink, Antony Dobrzensky y Marcio Barradas, era una superposición de sabrosa comida cocinada en el propio restaurante al estilo tradicional, con comida impresa en las mismas cocinas. Ahí estaba la gracia, un dúo tecno / tradicional del que nadie me había informado antes.
Uno tras otro dimos cuenta de 7 aperitivos, 4 platos y dos postres. Todo en porciones razonables. Me pareció muy llamativo el símil de fósil ammonite elaborado en 3D con calabaza cuyas oquedades estaban rellenas de requesón, vieira y caviar; encontré acertado el laberinto en 3D con leche, cacao y avellanas, y me pareció simpático el homenaje a los astronautas con la oblea de obulato que encerraba una fresa liofilizada.
Y para multiplicar este viaje multisensorial, proyecciones visuales en pantallas laterales, música compuesta por inteligencia artificial, aparte de películas y frases futuristas de pensadores y científicos. Incluso algunos cubiertos en 3D se anunciaban elaborados por relucientes máquinas situadas en un entorno próximo bajo diseño de la artista polaca Iwona Lisiecka e impresos por BCN3D Technologies Hasta nos brindaron unas gafas de realidad virtual para uno de los platos.
Para ayudar a entender mejor el propósito de la convocatoria transcribo una de las frases de Food Ink: Nuestro objetivo es utilizar el lenguaje universal de la comida para promover de manera divertida las increíbles posibilidades de impresión en 3D y otras tecnologías prometedoras. Nuestro restaurante 3D quiere descubrir cómo se puede cambiar la forma en que comemos, creamos, compartimos y vivimos.”
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